Hace poco tuve la oportunidad de ver la charla de Mandy Len Catron en TEDtalks acerca de su experiencia en un experimento para comprobar que el amor puede “fabricarse” en un laboratorio.
Pueden revisar la charla en este enlace:
Oyendo su propia experiencia y tratando de entender la esencia de su charla, me quede con una idea que, a mi entender, reza más o menos lo siguiente:
Enamorarme es una demostración de mi más pura vulnerabilidad. Vulnerabilidad entendida como entrega, arriesgarme a dar sin tener certeza alguna, a exponerme y mostrarme, desnudar mi alma ante el otro, sin estar prevenido de lo que viene y menos certeza de ser correspondido. Más profundo aún para mí, un acto de confianza, de intuición, de admiración sin prejuicios. Un encuentro de coincidencias y similitudes que me hacen verme en el otro, encontrarme reflejado en su historia, sus emociones y en sus ideas.
Todo esto ocurre en un instante. Es ese “flechazo de cupido”, ese deslumbramiento que nos ofusca, sin negar que pueda existir un estímulo bioquímico por el choque de feromonas.
Y mi idea me lleva más allá de las relaciones amorosas de pareja, es tal vez mirar este flechazo que me ocurre cuando creo “escoger” mis amigos, cuando he sentido que tengo excelentes compañeros de trabajo en mi equipo o simplemente cuando me topo con una sonrisa de una persona extraña en la calle.
Todas estas experiencias pasan por mirar más allá de lo evidente; es esa conexión que ocurre cuando lo que veo y escucho me hace sentido con lo que aprecio y tiene significado en mi sistema de valores.
Tal vez el amor si pueda “fabricarse”. Revisando mi historia encuentro un patrón: las veces que he tenido la oportunidad de “enamorarme” ha sido porque me he mostrado tal como soy y me he abierto al otro, sin pretensiones, y dejando el espacio para que las almas (la suya y la mía) fluyan en ese encuentro. Ya sea en una conversación que encontré fascinante; un baile con una pareja que “me sigue” como si hubiésemos bailado toda la vida; un lugar que nos parece increíble a ambos e incluso historias que coinciden en tanto a la forma en que pienso. Y fíjense que no hablo de “conquistar o ser conquistado” por el otro. No ha habido esfuerzo ni intención alguna de “convencer” al otro. Hablo simplemente de fluir con lo que estaba pasando en ese instante.
Eso solo me ha sido posible cuando de deshago de mis miedos, de los juicios sobre mí y sobre el otro y me lanzo en una aventura de conocer y mostrarme. Un fluir desde lo simple y lo primordial, donde mi ego queda de lado.
Y más sorprendente para mí ha sido darme cuenta que las relaciones de amor que aún guardo y atesoro en mi vida me conectan con esas personas a quienes les he permitido conocerme tal como soy, con quienes me he arriesgado a mostrar lo que me gusta y lo que comparto. Personas que también me han permitido entrar en su mundo, en su alma.
A veces escucho a personas decir que no han podido encontrar el amor. Y ahora me pregunto: ¿qué tan dispuestos estamos a dejarlo entrar? ¿Qué precio tiene para mí el ser vulnerable y arriesgarme? ¿Estoy cuidando más lo que puedo perder que lo que podría ganar? ¿Qué pierdo abriendo un espacio del nosotros? ¿Vale más “mi reputación” como para dejar pasar la oportunidad de danzar?
No tengo las respuestas. Pero si tengo la alegría de contar con personas en mi historia que me acercan a lo que yo llamo amor sincero. Personas que me hacen sentir en casa, aunque estemos a kilómetros de distancia. Personas que me reafirman que la transparencia y la vulnerabilidad me invitan a ser lo más genuino posible para desde allí vivirme la vida en paz y con la posibilidad de maravillarme y sorprenderme con lo que está por venir, lo que no conozco y lo que es incierto.
Arriesgarme en este sentido me ha dejado un balance más que positivo. Me ha regalado la alegría de saber que di lo mejor de mí y que no aposté en vano. Que, sin importar el resultado, termino en liviandad, despojado de armaduras oxidadas y fluyendo.